Reflejos en un Espejo Chino

* Francisco J. Vargas


Columna #182: La Ciencia De La Guerra

Debido a la guerra Irak-USA, todo mundo parece hablar de batallas. Tema bastante aciago, por cierto, pero al parecer altamente adictivo en las mayorías.

Televisa y TvAzteca se han gastado pequeñas fortunas para mandar a veteranos recitadores de noticias habilitados como corresponsales al teatro de guerra, y una vez ahí se esmeran en mostrarnos lo menos que pueden de lo que está pasando. Como era de esperarse, pues por órdenes de los patrones nadie nos dirá a los televidentes nada que valga la pena. Ya lo dijo Sun Tzu, "La guerra es sinónimo de engaño," frase que algún listillo de los que nunca faltan reacomodó como "La primera víctima de la guerra es la verdad."

La citas sacadas del milenario Libro de la Guerra, escrito por el general chino Sun Tzu, abundan en los sesudos comentarios en los medios de "información" alusivos a la actual situación militar en Oriente Medio. Nada raro, puesto que todo, absolutamente todo lo que se sabe de estrategia militar en Occidente se deriva de este curioso librito. Nadie en la historia de la humanidad ha elevado tanto el nivel de la ciencia de la guerra como los chinos. Aquí no hay manera de que los vendedores de libros nos metan con cuña a los clásicos griegos, pues los helénicos decían mucho de todo, pero con poca sustancia.

Desde que los jesuitas introdujeron el Sun Tzu a Europa, el manual ha sido intensamente estudiado por gente de diversas ocupaciones, incluyendo a Napoleón, a Maquiavelo, a infinidad de generales europeos y americanos, a militares y civiles autores de libros de estrategia, a funcionarios de Estado, a vendedores de tacos y tortas.

En la actualidad, comentaristas y analistas militares, además de políticos y entusiastas estudiantes de Ciencias Políticas, han inmortalizado por estos rumbos a Sun Tzu. Por eso tenemos más estrategas de sillón (ni siquiera de salón), que militares en el campo de batalla. Hombres, mujeres y niños sueñan en degollar y descuartizar enemigos, sintiéndose cada uno de ellos mariscal-de-campo después de hojear el Sun Tzu. Aunque no se qué harían la mayoría de ellos si les pusieran un rifle en las manos y los mandaran directo al frente de batalla a poner en práctica lo que leyeron. Pero se les disculpa, ya que a nadie se le puede negar su derecho a jugar guerritas, aunque sea solamente en su imaginación (v.g. Mentirosillo Fox y su gabinetazo).

Lo malo de la ciencia de la guerra es que es similar a las matemáticas, o sea inexacta…y hasta letal para imprudentes que se embarquen alegremente en conflictos supuestamente fáciles de ganar. El conflicto Irak-USA, entonces, dará esta década mucha tela de donde cortar. Demasiada. Porque esta guerra trae consigo el factor rituales militares, rituales que no solamente alcanzarán a los combatientes en el escenario mismo, sino hasta a los mandatarios de todos los países involucrados, pues no hay distancia, ni fronteras, ni murallas, ni guardaespaldas, ni radares que detengan los ataques esotéricos.

Es entonces natural que el ambiente bélico que padecemos estos días pida a gritos que toquemos, aunque sea levemente, el asunto de la violencia armada organizada. Es decir, el tema de la guerra y sus imprevisibles efectos según la estrategia militar china.

Empezaremos por decir que muy a pesar de lo que los idealistas digan o se imaginen, la guerra es un método militar terriblemente cruel. Utilizada para resolver conflictos cuando las negociaciones fallan, el objetivo de la guerra es la victoria, por eso la estrategia militar es tan importante. La estrategia sirve para todo en la vida, pero en su más alta expresión se utiliza para ganar países a cualquier costo y utilizando el camino mas efectivo para infligir el mayor daño posible al adversario. De ahí que los estrategas militares consideren a los soldados rasos "carne de cañón," y nada más. Simples peones de tablero de ajedrez a los que se presta poca atención cuando caen. A mediados del siglo XX, durante la partición de Corea, China mandaba oleada tras oleada de soldados chinos contra las posiciones americanas, sin importar las pavorosas bajas causadas por la artillería gringa. Simplemente los chinos mandaban más oleadas de atacantes. Cuando supo de tal táctica, un general americano se encogió de hombros y dijo: "No importa, nosotros también tenemos muchos mexicanos en Texas." Menos mal que las partes en conflicto firmaron casi luego una tregua.

La verdadera guerra, no la de películas, es el arte de pelear sucio, de engañar, de atrapar, de sobornar, de cazar y destruir amigos y enemigos por igual sin permitirse compasión ni remordimientos. Por eso los generales gachupines dicen sarcástica pero acertadamente que "no hay quinto malo." Quintos les dicen en Espanha a los conscriptos. (Nada más que como quien no sabe inventa, el pueblo mexicano al oír la expresión militar y no saber su significado, supuso que "quinto" significa "virginidad." Así somos de chingones.)

De manera que los pacifistas, los honestos, los temerosos y quienes llegado el momento no estén dispuestos a despedazar vivo a otro ser humano con sus propias manos, no califican ni de conscriptos para la guerra, aunque lean a diario el Sun Tzu pues en el campo de batalla no hay lugar para la compasión hacia los perdedores. La guerra es campo propicio para el desquite, donde una vida se paga con otra vida, la sangre derramada se paga con sangre, y el dolor con dolor se paga.

Y como la guerra no se puede concebir sin la estrategia militar, vayamos raudos al origen de lo que conocemos como estrategia militar china. Esto es, la estrategia proveniente en línea directa de Sun Tzu.

Dice la tradición que hace dos mil quinientos años, en un reino relativamente pequeño de lo que ahora es China, vivía un estudioso del taoísmo llamado Sun Tzu. Recluido en algún lugar de las montañas, acompañado por un sirviente-estudiante y totalmente inmerso en la naturaleza, estaba dedicado día y noche a cultivar cuerpo y mente en la paz de su retiro voluntario.

Al igual que Lao Tzu, Confucio, y tantos otros genios contemporáneos suyos, Sun Tzu perteneció a la crema de la intelectualidad de la época. Y al igual que ellos, lo mismo practicaba artes marciales que disertaba sobre alquimia taoísta, literatura y filosofía, pues en su juventud fue instruido por excelentes maestros. Prueba de ello es que conocía a profundidad los intrincados principios para incrementar la inteligencia humana a niveles prácticamente sobrenaturales. No era militar, pero mantenía contacto con un reducido número de funcionarios de gobierno, quienes lo visitaban para hablar y discutir en completa privacidad de temas que únicamente ellos entendían.

Eventualmente, a través de alguna de esas amistades, el rey se enteró de la existencia y capacidad de Sun Tzu y lo invitó a conversar sobre estrategia militar. El tema era de extrema urgencia, por cuanto el país estaba rodeado de reinos militaristas con ambiciones de conquistar y engullirse cuantos territorios extranjeros les fuera posible. El rey estaba rodeado de estrategas militares probados en los puntos finos del arte de la guerra, pero confiaba en Sun Tzu para resolver finalmente los graves problemas militares que enfrentaba.

Por su parte, Sun Tzu aceptó la invitación a palacio porque estaba consciente de su obligación para ayudar a su país en tiempos de crisis. De nada sirve el aislamiento individual si se pierde el territorio nacional y de paso también la propia casa. Sun Tzu decidio que su misión personal ahora era salvar militarmente al país, pero eso no quiere decir que estuviera loco, ni que alucinara. Simplemente, como tantos otros hombres de su tiempo, consideró que tenía una misión patriótica por cumplir.

(Y ahora viene la pregunta: ¿por qué escogió el rey a un civil como Sun Tzu para hablar de campañas militares? La respuesta forma parte de los más inescrutables y secretos principios de la estrategia militar china. Por eso un general occidental, prusiano por más señas y que escribió su propio [y terriblemente confuso] libro de estrategia, caviló hace unas décadas sobre el manual, tratando de desentrañarlo. Y al no poder resolver a satisfacción sus principios, finalmente declaró [inteligentemente]: "La guerra es demasiado importante para dejarla en manos de [nosotros] los generales.")

Ya en presencia del soberano, y como carta de presentación, Sun Tzu le entregó su propio método de estrategia plasmado sobre tablillas de madera, detallando en trece capítulos los principios generales de combate (que no los secretos de los mismos), basados en el hasta entonces supremo principio militar de fuerza-contra-fuerza. Le aseguró además al monarca que su método era tan infalible, que le bastaría un ejército compuesto de puras mujeres para derrotar a cualquier ejercito que osara atacar al reino.

Naturalmente, los estrategas del rey tomaron con escepticismo la declaración de Sun Tzu. El rey no era ningún neófito en cuestiones de estrategia, pero sabía que cada escuela de estrategia china tiene principios únicamente para iniciados, y temía que el método de Sun Tzu no fuera la excepción. Un principio es diez veces más importante que una táctica. Y sin principios la estrategia de alto grado es sencillamente inexistente, ya que son respuestas codificadas para resolver ciertas situaciones, digamos como llaves chiquitas que pueden abrir fácilmente las puertas más grandotas.

Pero al igual que los números de una combinación de caja fuerte, los principios funcionan solamente si la persona conoce la secuencia correcta, de otra manera se convierten en enigma indescifrable, pues cada principio requiere elementos adicionales insinuados pero no mencionados. Los secretos detrás de los principios se comunican solamente de boca a oído, y hasta ahorita nadie ha aprendido estrategia de libro alguno. Paradójicamente, lo maravilloso del manual de Sun Tzu, a pesar de estar inteligentemente codificado, radica en que fue el primer método de estrategia chino escrito.

El rey y sus asesores militares estudiaron cuidadosamente el manual durante días, y descubrieron que aunque teóricamente la mayoría de sus principios parecen claros, ponerlos en práctica resultaba más difícil. Sun Tzu dijo, por ejemplo, que "las guerras prolongadas son negativas," pero no dice cómo acortarlas. Dice que "hay que coordinar tiempo y campo de batalla," pero no elucida el principio. Menciona "unificación de la polarización," pero no ilumina el concepto. Afirma que hay que "eliminar injusticias," pero el término es extremadamente vago. En otras palabras, el lenguaje es eminentemente militar, pero debido a que nadie supo realmente quiénes fueron sus maestros y a su altísimo nivel personal de inteligencia, Sun Tzu prácticamente escribió no un tratado, sino un libro de adivinanzas. Un ser humano normal, aunque sea un genio, no podría entenderlo ni en dos vidas. (Los americanos ya lo metieron hasta a las computadoras, y es hora que no le pueden sacar hebra, de ahí las metidas de pata como la invasión a Irak.)

Así que el rey, frustrado, terminó archivando el manual y optó por pedir a Sun Tzu que le demostrara con tropas la aplicación de los principios. Así lo hizo Sun Tzu, y el rey quedó completamente convencido de su habilidad militar, entregándole el mando supremo de sus ejércitos.

Aclaremos también que el método de estrategia militar de Sun Tzu era solamente uno de tantos que había en la época, no escritos pero si memorizados. La virtud más grande de Sun Tzu fue plasmar en letras los fundamentos de su método. Porque cuando se supo de la existencia del manual en los archivos del rey, las copias ilegales volaron como pan caliente. Unos porque sabían poca estrategia, y otros porque sabían demasiada, la curiosidad entre los estrategas de la época por tener una copia del manual convirtieron a Sun Tzu en leyenda viviente.

Con el correr de los años se hicieron famosos otros siete métodos de estrategia china (aparte de otro método escrito por un general nieto de Sun Tzu), todos comprobadamente derivados del manual original. Lo mismo pasa ahora en Occidente, donde hay muchos libros de estrategia basados descarada o subrepticiamente en el Sun Tzu. Aparte de la publicación misma del Sun Tzu. Esto es bueno para la gente común, porque mientras la Biblia hace a los hombres sumisos, el Sun Tzu despierta al revolucionario que cada hombre lleva dentro. La razón de que los charros negros vaticanos (curas y mochos jineteadores de nacos) insistan en golpear a los fieles en la cabeza con la Biblia es porque no hay mejor libro de ficción para atarantar gente. Por eso dije en alguna columna anterior que quienes publican el Sun Tzu en Occidente no tienen todavía la menor idea de su naturaleza, así que cómprese usted el suyo antes que los ladinos despierten y lo retiren de la circulación para siempre.

Porque fíjese que en países como China y Vietnam, donde la gente no es esclava del cristianismo y tiene fácil acceso al Sun Tzu, los paises occidentales colonialistas no han podido conquistarlos ni explotarlos. Es decir, la gente no está lavada de cerebro acerca de las "bondades" de los invasores que les quieren imponer gobernantes, así que la resistencia civil de esos pueblos es terrible para los conquistadores aunque momentáneamente se aposenten allí militarmente. Al menos les fue muy mal a los japoneses cuando invadieron China, y a los franceses y americanos cuando invadieron Vietnam. En cambio, países controlados por las religiones son por naturaleza sumisos y presa fácil de los estupendamente armados ejércitos occidentales. Es decir, sus propios ejércitos lavan el cerebro a los jóvenes conscriptos con el cuento de "Dios y Patria," para que vayan dóciles y por su propio pie al sacrificio final que impone el campo de batalla. En realidad nomás mueren para salvar la teocracia en turno.

Porque lo terrible de las guerras es que el lavado de cerebro no siempre es infligido por el enemigo, también puede venir del propio gobierno y para cuando los soldados se den cuenta del engaño, usualmente ya es tarde. Por eso durante la Segunda Guerra, cuando el militarista y derechista actor gringo John Wayne visitó un hospital americano de campaña en Guadalcanal, los soldados convalecientes lo recibieron aventándole sus bacinicas. Como se lo merecen los manipuladores militares y los religiosos militaristas.

Aquí en México los charros negros y los medios de (in)comunicación han hecho bien su trabajo de lavarle el cerebro al pueblo que jinetean para que aguante sin chistar a la clase gobernante ladina, pero la abundante información pertinente proveniente del exterior y el Sun Tzu están poniendo fin a todo ese oscurantismo, aunque los ladinos en el poder todavía no se den cuenta.

A ver qué hacen luego, ya con el avispero encima. La ciencia de la guerra, después de todo, es demasiado importante para dejarla en manos de tarugos.

Y como mi libro (Ocultismo Chino) es cien veces más poderoso y práctico que el Sun Tzu (por la sencilla razón de que es un libro dos mil quinientos años mas moderno y que combina estrategia contemporánea con ocultismo, no porque yo sea más listo de lo que fue el general chino), ya verá en qué brete tan sabroso vamos a meter pronto a los ladinos `xicanos.

(Tranquilos, mis valientes hacedores de rituales, que ya vamos llegando a Pénjamo. Los ladinos están ya enjaulados aunque no vean las rejas, y el libro nomás será la llavecita que definitivamente selle su trampa para toda la eternidad. Tranquilos.)

CANDILES DE LA CALLE:   No ganamos para vergüenzas con los mañosos ladinos mexicanos. A estos cabrones les sale lo valiente solamente cuando de criticar a otros países se trata, cuando no hay riesgo para ellos.

Sucede que en la reciente pachanga cinematográfica del Oscar, un actor mexicano ladino subió al estrado para anunciar la canción de la película Frida…y en la propia casa de los anfitriones americanos se dedicó a ofenderlos. Pasándose de listo, se declaró en desacuerdo con la guerra Irak-USA, a pesar de que se les había pedido mesura a los participantes debido a la situación militar, y ellos accedieron. Pero el ladino mexicano, metiéndose primeramente donde no le importa, luego pasándose la petición mencionada por los güevos, y rematando con una falta de respeto total hacia la casa de los anfitriones, a la Castañeda, salió con su batea de babas. Su propia actidud no fue diferente de lo que criticó. Además, la ofendida cara de muchos actores gringos lo decía todo: eso fue una estupidez, no una muestra de valor. Por simple sentido común, uno no debe meterse a la casa del vecino a decirle dónde tiene que poner su cama y su refrigerador.

Y luego nos preguntamos por qué el resto del mundo nos trata como animales.

El ladino de marras pudo haber aprovechado los reflectores, si de verdad le dan comezón las causas sociales y siente compasión por los jodidos, para denunciar al Cocacolo Fox y a sus changos verdes militares por el genocidio que hacen en México contra indígenas y campesinos mexicanos. Tenía ya el oído del mundo. Pero para eso se necesitan pantalones, no güevillos. Es fácil aparentar bravura cuando no hay riesgo, pues el miedo no anda en burro. Y no es cuestión de ver a quién de los anfitriones se lastima con palabras imprudentes, es cuestión de saber comportarse entre la gente como persona, no como animal. Pero está claro que los gachupines mexicanos ni saben, ni mucho menos entienden la diferencia.

Viva México.

Al cabo que somos los no-ladinos los que pagamos las consecuencias de sus babosadas.


* Master, Estrategia Militar China

E-mail: visionpf@direct.ca


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Copyright © 2003, Francisco J. Vargas